Pasó un amigo a la casa, no diré nombres para evitar herir susceptibilidades, y me pidió ayuda con un servicio que ofrecería en la ciudad de Saltillo a un restaurante. El trayecto no tuvo mayor percance que el partir con tres horas de retraso debido a la desorganización tan peculiar que lo caracteriza. Una vez en la capital del estado me preguntó por el boulevard[0] Carranza, le indiqué cómo llegar, y en menos de 15 minutos ya habíamos encontrado el lugar. Se reportó con el gerente, quien no tenía idea que ese día tocara mantenimiento preventivo a su equipo de telecomunicaciones, pero sin mayor esfuerzo ya estábamos dentro del local esperando hicieran el corte.
Haré hincapié en ésto ya que atrapó por completo mi atención. ¿Cómo es posible que una empresa abra sus puertas tan fácilmente? Sé que la
ingeniería social tiene mucho poder, pero aún así me resulta ridículo creerlo. El gerente, que jamás nos había visto, sin consultar la veracidad del servicio con su departamento de sistemas, vamos, sin pedirnos siquiera una identificación, nos abrió el
site y nos dio espacio para trabajar, supongo se encontraba muy cansado. Tardamos poco más de una hora. ¿Acaso no tiene idea de lo que se puede hacer durante ese tiempo con el control absoluto de sus equipos, incluyendo las cámaras de seguridad? Para su suerte y la paz de nuestras conciencias, nosotros realmente fuimos sólo a dar mantenimiento.
Para concluir mi amigo se reportó con la empresa proveedora del servicio, su empleadora, para validar el servicio. Como parte de la rutina se verifica el número de serie de cada uno de los equipos y fue ahí donde cayeron en la cuenta de que nos encontrábamos en la sucursal equivocada. Realmente no estaba programado el mantenimiento en ese lugar, y era por eso que el gerente no estaba avisado. A manera de dato curioso, y en un intento desesperado por
justificarlo, en Saltillo hay 2 avenidas Carranza: Venustiano Carranza y Emiliano Carranza, y para nuestra suerte, en ambas hay una sucursal de dicho restaurante.
Por último, debo confesar que siempre me he quejado de que los mexicanos solemos ser desconfiados, ya sea por experiencia, consejo, paranoia o intuición, y durante el último viaje ésto se tornó aún más evidente. De modo que tuve por unos instantes sentimientos encontrados, por un lado, el regocijo de que creyeran en nuestra palabra, por otro, la aflicción de comprobar lo sencillo que podría resultar violar su seguridad... así que caí en un viejo cliché: todos los excesos, son malos.
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Bulevar en español. A veces me pregunto, si vamos a tomar prestadas palabras de otros idiomas, ¿por qué no la ortografía?
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