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Cuentos

  • ¿En qué momento?

    No sé amar como aquí juegan recitaba Edel, tal vez por eso me alejé; construí un hogar en la tierra de nadie en lugar de la de nunca jamás; habitaba en el exilio de aquellos momentos que ya no regresarán. Alimentado por las sobras que quienfuera me quisiera dar, en un claustro, en un estado casi monástico, donde el tiempo, por lo menos el que me corresponde, se empezó a devaluar. Ermitaño, según unas personas, bonachón, decían otras, dejé de largo el camino y me detuve. El descanso rápidamente se convirtió en siesta, y ésta a su vez en sueño, en un sueño sin descanso del que no podía escapar; toqué fondo en pesadillas más hermosas que la realidad. Me perdí el respeto, pero nunca a los demás.

    Como en vil cuento de hadas, sin reparar en los estragos de un coma voluntario y prolongado, decidiste despertarme; por falta de lienzos, porque creíste que obtendrías tu obra maestra o simplemente por el reto, pintora de sonrisas.

    Ahora de vuelta circulando en un mundo tan ajeno. ¿Cuándo fue que cambiaron las reglas? ¿Quién lo hizo? Más importante aún, ¿por qué las aceptaron? Cuando en Roma dicta el dicho, y en más de un caso le apoyaría, en éste no; me resulta inverosímil comprobar cómo cada uno entra al reparto de este acto sin sentido, en el cual no puedo, ni quiero, permanecer de espectador; me uniré al elenco, más elegiré el antagónico, qué importa la nulidad de mis dotes histriónicas y que de acuerdo a la condición de mi personaje, esté destinado al fracaso; pelearé en este teatro sin butacas, sobre un escenario sin telón, confiando en que la cordura prevalezca, esperando ir encontrando gente que vea el mundo como yo.

    Ahora, mirando a los ojos a la adversidad, es cuando has decidido ponerme a prueba y soltado el pincel; ocupa tu localidad y disfruta la función.
  • El tiempo acaba (y se nos acaba)

    A pesar de haber sido mi apoyo por tanto tiempo, mi compañera, quien a veces susurra en mi oreja izquierda y otras tantas la que calla, de haber sido mi confidente, mi consejera en tantas noches de indecisión, esta noche en especial, no sé si se deba a que tuve una carga excesiva de trabajo o mi mal humor hoy es más insoportable que comúnmente y me haga verte con ojo escudriñador, obligándome a encontrarte, perdón querida, más vieja y acabada que de costumbre, habré sido muy poco observador o es que quizá antes no me importó o simplemente no reparé tanto en ti, creo que hasta dejé de recordar cuándo fue nuestro primer encuentro años atrás... ¿Es normal?, ¿Cómo llegamos hasta aquí? ¿A todos les pasa? Promesas entre nosotros nunca hubo y me conoces bien, nada conmigo es garantía.

    ¿Cuándo fue que cambiaste tanto? ¿Cambié yo también?... se me hace casi imposible que hayamos pasado tanto tiempo juntos y hoy te vea así. No me dejarás mentir pero no eres ni la sombra de la sombra de lo que solías ser ¡Qué extraño!.

    Te tengo en la cabeza y ¿adivina qué? Me duele y pareciera que es más que una simple jaqueca, ya no puedo conciliar el sueño pues, siempre, no importa a qué hora regrese a casa, tarde y con cansancio, te hallo lista para mí, preparada para dejarme hacer de ti lo que quiera en mi cama, siento mucho hacer ésto pero es por mi bien y si algo me ha enseñado la vida en estos más de treinta años, es a pensar un poco más en mí que en lo demás, ¿Egoísta? Sí, me gusta llamar a las cosas por su nombre también... sin más preámbulos y no siendo amante de las despedidas, te digo hasta nunca, sobrará afuera quien te quiera y te cuide, pues por mi parte, sé que me será fácil encontrar a otra y mañana esa será mi misión.

    Disfruta de nuestra última noche juntos, mientras yo, yo te respiraré una vez más... gracias vieja almohada.





    Cuentista invitada: Viviana García

    Un honor poder contar algo suyo, en especial por ese twist que tanto disfruto en los cuentos.
  • Ser el príncipe azul es de la merititita chingada.

    Esto de andar con armadura brillante todo el día, de andar a caballo rescatando princesitas mamonas que ni las gracias dan o de salir a pelear con Dragones que sin deberla ni temerla se someten a la torturosa situación de dejar sus tesoros porque a un hijo de la chingada se le ocurrió la grandiosa idea de que era un buen día para conquistar un reino.

    Pero eso no es todo, ahí tienes a los cabroncetes que se creen que pueden llegar a algo y comienzan a hacer la competencia, tienes que agarrar la espada, abrillantar el casco e irles a partir su reverenda madre, ¿Y todo para qué? Para un pañuelo que no sirve de nada, o para que la cabrona vaya y te ponga el cuerno con el pendejo del herrero, porque ah sí, él estaba en el momento preciso, cuando tú fuiste a conseguirle un collarcito de rubíes a la pendeja en turno.

    ¿Qué gana uno con ser un príncipe azul? Si cuando la devuelves al reino, la vieja loca te agradece por rescatarla te da un beso en la mejilla y se va corriendo a los brazos del cabrón que no se digno a salir de su escondite porque le temía al dragón y eso de pelear con pedos ajenos nunca ha sido lo suyo, porque la neta le da una weba, y sabe precisamente que el estúpido con espada la estado buscando y al final la va a sacar a flote.

    Por eso, hoy dejo la espada, el caballo, y me convierto en el pendejo que ni va a ir a matar a la bruja, ni le va a importar si te comiste la manzana y te quedaste dormida o si te quedaste sin voz y no puedes decir que me amas, por eso hoy me olvido de los cuentos felices, de los cuentos para niños, porque ya estoy cansado de hacer de todo y que lo único que me he ganado sea otro dolor de cabeza.

    Al carajo con las princesitas.

    Atentamente

    Ex príncipe azul de cuento.





    Cuentista invitado: v.
    http://jesus.uresti.torreon.org/

    Un gusto poder narrar en mi blog un cuento del sr. v., más cuando es uno de esos que parece nos lo quitaron de la boca.
  • Besos robados

    El viernes 16 de noviembre es el día internacional de robar besos, según un sistema de spam personalizado y personificado de página web. Pero vamos, que este cuento no se verá implicado en una rabieta hacia los sitios de redes sociales; hoy será tu cómplice, mi secuaz, nuestro sidekick.

    Bajemos de la nube durante un párrafo tan solo para sentar las bases. Besos los hay de muchos tipos según la finalidad y el procedimiento; como saludo por ejemplo, en el dorso de la mano, siendo exageradamente formal, en la mejilla, el más empleado en nuestro querido país, en ambas, común en España o Paraguay, o tres seguidos alternando mejillas si eres aún joven y te encuentras en Tirol del sur; con connotaciones de afecto o sexuales, de piquito, seco, negro, de caracol, y el mojado, también conocido como francés; los cursis, de esquimal, de mariposa y los famosos, como el de Judas. El que aquí nos atañe no cabría en las definiciones de diccionario, sólo en la melosidad de este aficionado que no pudo reunir algo mejor que: la unión de dos pares de labios mientras se funden dos sueños. Partiendo de allí, un beso, pues, no se puede robar, sin embargo, me voy a permitir llamarle así con fines estéticos y prácticos a un beso inesperado.

    Podríamos hacer el cuento largo y remontarnos a la época en que aquella niña, de trenzas largas y hermosas estampas en la mochila nos hacía renegar, a cambio, claro, de no dejar de molestarla; donde un beso no tenía cabida, salvo los que tuvimos la suerte de haber puesto los ojos en una equipada con hermana mayor y nos tomaron desprevenidos al final del pasamanos. Luego brincamos a la etapa de la manita sudada, cuando a uno los besos se le antojaban, pero no tenía idea de cómo acercarse, se inventaban pretextos para no faltar al cine, y ahí, al fondo de la sala, durante la trama de una película a la que jamás prestamos atención, tratábamos de escabullir, torpemente, un brazo al otro lado de su asiento, a modo de estar más cerca, y en una de esas jugarretas del azar quedar a menos de un palmo de su boca, donde, a menos que fueras muy penoso, empezábamos a experimentar el sabor dulce de los labios de aquella vecinita. Poco a poco fuimos perdiéndole el miedo, unos más que otros, en algunos casos la vecina fue desbancada por su prima, o por alguna jovencita de alguna secundaria local, o para qué irse tan lejos, por una de sus amigas, pero eso sí, cada día más enamorados. ¿Enamorados? Posiblemente sí. ¿De ellas? Probablemente no, del amor tal vez.

    Después le da a uno por crecer, tratando de domar el enjambre de mariposas estomacales durante una guerra de bombardeos hormonales. Las relaciones, por lo general, duraban menos, cada tercer día nos encontrábamos expuestos a conocer al amor de la vida, se perdía el protocolo que incluía palomitas y refresco, y se adquiría uno nuevo, sin tantos rodeos, y con la ventaja de poder practicarlo en la escuela, en el parque, en la puerta de su casa, en el centro comercial, en las fiestas, en fin, donde nos agarrara la pasión. Algunos, más aventurados que otros, tuvimos el horror^whonor de besarlas en pijamas, durante una serenata más desafinada que improvisada. Luego llegaron los autos, pero como no todo podía ser miel sobre hojuelas también llegaron las salas de sus casas, con familia incluida.

    Llegamos a una encrucijada, hubieron quienes siguieron hurtándole besos a la misma persona, e incluso algunos, hasta la fecha lo siguen haciendo; y hubimos otros que no. Estos últimos, que llegamos casi a prostituir nuestros labios con el pretexto de buscar a la princesa del cuento, algunos por el temor al compromiso, otros en una genuina cruzada, unos más por calientes, y otros tantos por razones ajenas al relato; corremos un riesgo; el riesgo de olvidar lo que es robar un beso. Habituados a la devaluación de hurtarlos sin más de quien no ofrece un reto, de pseudoprincesas guapas, en el mejor de los casos, pero que no aportan más que tranquilidad al cuerpo.

    ¿Cómo robar un beso? Primero encuentra a tu princesa. ¿Cómo saber si es la del último castillo? Es la que no es guapa, es shula, la que puede desarmarte con una mirada, que mantiene la guardia arriba, a la que le apasiona su oficio, quien te hace frente, la que domina el lenguaje, la que pierde la vista al contar sus planes, la que vibra cuando te le acercas, la que te hace reír, que es íntegra, honesta, bondadosa, amable y educada; la que te reta, la que es capaz de cuestionarte, la que empuja siempre los límites, la que tiene el corazón puro, de niña, con la que puedes discutir, la que defiende enardecidamente sus convicciones, a quien le corre por las venas esas ganas de hacer de éste un mundo mejor, la que es capaz de contrarrestar tus pesares con una sonrisa, aquella a quien se le dilatan las pupilas al verte, la que te hace perder la cabeza... Ya que la ubicaste, hazla enojar, y en medio de la discusión, toma su rostro con ambas manos, dile que te encanta, piérdete en sus ojos y róbale. ¿Me faltó robar alguno? Desafortunadamente sí, uno. ¿Ella quería ser asaltada? Creo que sí, pero sabes, después de todo, hoy es un buen día.
  • El helado de fresa (de la venganza)

    Hoy, como cada viernes, iré con mis amigos a Plaza del Parque; eso no cambia y creo que jamás lo hará, lo especial es que ella va a estar ahí, su amiga me dijo. Tomé prestada la playera favorita de Max, sólo espero llegar antes que él a casa para que no lo note. La última vez, hace 14 meses, se molestó muchísimo y me metió de cabeza en el basurero de la esquina, todavía no se me pasa la vergüenza; no importa, vale la pena el riesgo. Por más que le rogué a mi mamá me prestara el auto, se negó rotundamente; desde el inicio me puso de pretexto que todavía no estoy listo para manejar afuera de la colonia, de nada sirvieron mis sacrificios durante la semana: ir a la tienda, lavar los trastos, mantener mi cuarto no tan tirado, limpiar las gracias de Spooky, etc. Le llamé a Chuy, y por suerte a él si se lo prestaron.

    Llegamos algo tarde al centro comercial, en parte por desorganizados, pero más por mantener la actitud relajada. No tardamos en encontrarlas, un par de tiendas, unos pasos y ya estábamos en la nevería, ordenando, justo delante de la mesa que ocupaban. Armado con un helado de fresa, traté de mantenerle la mirada; resulta fácil cuando está charlando, pero imposible cuando la regresa. No es que sus ojos tengan una expresión inquisidora, al contrario, si fuera un poco romántico diría que temo perderme en ese dulce y enorme par de soles, pero la verdad es que me cohíbe, hace que no pueda controlarme y que termine actuando torpemente. Me perdí el chiste de Daniel; y no era para menos, cuando sonríe tiene la magia de convertir los enunciados en blah blah's estructurados. Por suerte salí del trance antes de que se hiciera notorio mi retraso, y rápidamente ocupé la silla que me correspondía desde donde podía seguir contemplándola. Y así fue.

    El torrente de blah blah's no cesó, salvo contadas ocasiones en que algún codazo me invitaba a contestar las preguntas que no había escuchado. No puedo decir cuánto tiempo pasó, sólo que había estado dándole largas a la nieve para que no se acabara. Por hechizado casi me pierdo aquella oportunidad que había estado anhelando con ansias, cuando se levantó a tirar su vaso con la servilleta casi intacta; la mía se hacía la difícil deslizándose un poco más lejos en cada intento de agarrarla, mis piernas no querían responder y mi corazón bailaba al ritmo de la samba. En un esfuerzo sobrehumano pude calcular la llegada sincronizada al bote. Ella levantó la vista, la fijó en la mía, y sonrió discretamente mientras su piel enrojecía. Yo, que ya iba encarrilado, pude ver mi silueta en sus ojos, sonreí, y pronuncié un hola. Ella respondió continuando con un comentario sobre una película, ¿o del cine?, esperó unos segundos, de esos que duran siglos, y se marchó con un vaivén de su mano derecha mientras lentamente sus ojos, junto con su rostro y su cuerpo cambiaban de dirección.

    Regresé sobre mis pasos, derrotado, pero para mi sorpresa al recibimiento sólo le faltaron las fanfarrias. La tropa estaba completamente extasiada y vitoreaban lo que a su parecer fue una gran hazaña. Pronto recuperé el valor e hicimos de buscarla nuestra misión. Al batallón lo guié por los pasillos centrales, desplegando pequeños comandos especiales que por desgracia reportaban la falta de novedad. No duramos mucho antes de concluir que habían entrado a alguna sala. El servicio de inteligencia dictaminó que a las 10 en punto deberíamos continuar nuestro cometido; de modo que sugerí un receso en el local de video juegos; perdón, ordené prácticas de entrenamiento en el aula de realidad virtual y simuladores.

    Nos divertimos mucho, incluso me relajé. En un descuido conseguí papel y pluma y me senté a escribir lo que quería decirle, esta vez no me iba a tomar desprevenido. Al finalizar, tomé la hoja y justo antes de botarla probé mi talento, hoy en desuso, en el origami, convirtiéndola en una linda flor que no me atreví a tirar. Llegó la hora, y fuimos en su búsqueda. Encontramos a sus amigas y las abordamos de inmediato. Ana me comentó que acababan de pasar por ella, de modo que tomé la rosa y le pedí que la entregara al día siguiente, en su escuela.