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Cuentos
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Hoy es mi último día en Varsovia, el tren parte en unas horas rumbo al sur. Podría quedarme, ¿sabes? Lo sabes, ¿verdad? Pero sin ti, qué caso tendría. Cuál es la parte fascinante de vivir en un mar repleto de sirenas cuando uno ya puso más que los ojos en una en especial. Además, cómo ibas a saberlo si jamás pactamos sueños fuera del convenio habitual por estas tierras. En parte creo que es lo mejor, de qué otra manera se forjan las leyendas con las que suelen soñar las princesas, y sí, debo admitirlo, no tendría dónde esconder la cara llena de vergüenza de que me vieras así, como un crío, cual vil lepe, desesperado, tanto como sólo puede estarlo un pequeño estudiante de secundaria que empieza a descubrir los misterios que mueven montañas.
Debo confesar, de cualquier forma jamás lo sabrás, que he vuelto a la plaza, pero hoy está fría, hay unos cuantos turistas alrededor de la fuente de Sawa y otros tantos en las terrazas que la rodean, pero faltan los puestos, el color, los aromas, los heladeros, el señor que nos obsequió el algodón de azúcar, el trovador que ocupaba la banca de piedra, las jovencitas vendiendo postales, los niños correteando a las palomas, el bullicio, las baratijas de la india, los activistas con sus panfletos del panem ministrem, el hombre del piano en el Dekerta, el artista que nos plasmó en el lienzo, las señoras que ofertaban suéteres tejidos a mano, el pirata que se dejaba sacar fotos con los niños, el payaso que los dibujaba, el grupo de bailarines de salsa, la mesera inoportuna del Arkadia, los guardias haciendo sus rondas, las empleadas del Przy Dunaju llevabando cafés a todas partes, los carritos donde podías adquirir bolsas de palomitas recién hechas, las parejas de enamorados, los recién casados, las cajas de madera repletas de fruta de temporada, las carretas paseando familias, el poder escuchar más de 5 idiomas desde donde te encontraras, el señor que nos permitió probarnos todas las prendas antiguas que tenía a la venta, es más, ni siquiera todos los negocios que cuentan con local abrieron, como es el caso de Sepia, qué hace la gente si hoy decide que le gustaría contar con una instantánea de época, o si se le antoja una pasta ya que el L'Angulo di Roma también está apagado.
Aquí he estado, entreteniéndome con la cámara, podría ya montar toda una exposición con las más de 900 fotos que le he tomado, el único rincón ausente es el Café Keks, y es que perdería el encanto si no estuvieras ahí, sentada en la esquina con tu vestido café y el rezago de tela azul sujetándote el cabello, totalmente abstracta a tu entorno, completamente sumergida en la tranquilidad, hermosura y simetría radial de los geranios bicolor que adornan la mesa, sujetando, con ambas manos, una taza verde, grande, casi completamente llena chocolate caliente con un poco de canela. Y yo, que todavía no descubro de dónde tomé prestado el valor para capturarte tan de cerca, rompiendo el hechizo con un «click» de la cámara, reprochándome el haber arruinado tu momento pero a la par, orgulloso, sabiéndome poseedor de semejante cuadro. Recuerdo perfectamente tu expresión, sorprendida, apenada y atónita, pero al final sonreíste y con eso el tono de tu piel volvió a la normalidad. El resto, para qué te lo cuento si fuiste coautora de la increíble fantasía.
Decidí venir 15 minutos antes del momento en que nos conocimos, olvidando que en estas situaciones el reloj se empeña en hacer horas los segundos. Pero ya, creo que es tiempo, el sol se ha comenzado a poner y la campana que se encuentra en la esquina de Zapiecek con Swietojanska ha empezado a repicar. Son las 7 en punto, el Café Keks está a mi espalda, así ha estado todo este tiempo, pero en este momento eso cambia porque he comenzado a volte«click»
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Las paredes son de piedra, unas piedras desgastadas, deslavadas, próximas a quedar lisas, escasos son los rasgos que las diferencian, pareciera que gustaran de las duchas de arena a presión o que hubieran estado ahí por siempre, en algunas ya no se logra distinguir donde empiezan o donde terminan, blancas algún día, tal vez, hoy amarillentas, grisáceas, opacas, algunas incluso ahumadas, unas piedras que casi han perdido su identidad, pero juntas, juntas forman el Hedone. Hay que entrar por un pequeño túnel, obscuro, seco y con olor a vainilla. Al final, una barra alumbrada tenuemente, custodiada por Vaike; mujer de tez color nieve, alta, tal vez demasiado, cabello largo, negro y lacio, ojos azules, penetrantes, y cuerpo esbelto, un tanto atlético. Ella de pie, con las piernas separadas, con los tobillos alineados con los hombros, sin flexionar las rodillas; a la altura de la cadera su cuerpo presenta una marcada inclinación hacia enfrente, apoyada con ambas manos en el mostrador, disimulando con una sonrisa las carcajadas que le provocan tantos desesperados en la misma situación. Con un inglés marcado por tantos años de ruso impuesto me preguntó si sabía lo que quería, rematando con un guiño; yo, que aunque muy vivido jamás había estado en estos lugares, respondí que no. Extendiendo su brazo me facilitó un menú, sobrio, elegante, que contenía cada uno de los masajes con su precio y duración, seguidos por una pequeña pero detallada explicación. Mientras leía, sentía como aporreaban mi pudor, conforme avanzaba, la paliza iba siendo más severa, incluso hubieron palabras cuyo significado es todavía un enigma para mi, pero que sonaban salvajemente deliciosas. De pronto una cortina, antes imperceptible, deja al descubierto un pasillo inundado de pequeñas puertas alumbrado por velas. Detrás de ésta aparece una silueta femenina, incluso de mayor estética que la de Vaike, apenas cubierta con un pareo delgado aferrado a su figura. Piel canela regalada por el sol, descalza, de pies diminutos, piernas largas, delgadas y torneadas, exageradamente bien torneadas, con unas caderas que retaban a cualquiera, el abdomen tenuemente marcado, con una piedra ámbar columpiándose del ombligo por su diminuta cintura, unos pechos, redondos, ligeramente más grandes que un par de manzanas y perfectamente en su lugar, una hendidura pronunciada donde nace la clavícula, que en otros tiempos habría servido maravillosamente de copa para mi tequila, del cuello colgaban dos hilos, rodeándolo, protegiéndolo, tensados por una pequeña cruz de plata, de cara alargada, barbilla pronunciada, labios afilados, pómulos enorgullecidos, nariz recta, delgada, ojos enormes, redondos, azul turquesa, frente amplia, orejas tímidas, con una melena rubia, rizada y mal sujeta por una pinza derrotada. Levantó la mirada y la detuvo justo donde se encontraba la mía, esperó a que me incorporara y pronunció: - Hola guapo, disfruta tu jugada de dominó... nos vemos en la casa, recuerda que hace falta leche. Escrito desde una mesa del Nimeta Baar en Tallín, Estonia.
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Hacía tiempo que te venía buscando. No es que uno, ya con algunas canas, se ponga un tanto quisquilloso, tampoco que haga falta, si la compañía jamás había estado tan bien cotizada; simplemente me encontré con mucho tiempo libre y una escasez impresionante de dignas candidatas. Recorrí las tierras que en tiempos lejanos nos vieron crecer para descubrir que la sequía había acabado con todo. Emigré, sólo para encontrar espejismos en los poblados vecinos. Me adentré en la selva para constatar que la civilización, como la conocemos, carece de una idea zurda. Fue entonces que volé, lejos, al país de los sueños, de donde vienen los cuentos. Mi primer impulso fue husmear en la ciudad que lleva tu nombre, pero no me conformé con la vista. Nadé hasta el reino y encontré sólo torres frías y vacías. Me interné en el bosque encantado, donde creí mirarte en la corteza de un árbol a la orilla del lago. Abatido, huí al fin del mundo, y mientras trataba de olvidarte con una rebanada... sonreíste. Kiitos!
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Ayer fue un buen día, por lo menos para nosotros. Hoy, hoy es un día triste, por lo menos para mi. Ayer celebrábamos la graduación de nuestra pequeña, la hija de todos los que por aquí vivimos, la niña devora libros, la chamaca de los comentarios inteligentes, la lepe preciosa y simpática, la chiquilla que nos hacía el día con una sonrisa, la chavita de los ojos enormes color mar, hoy día mujer y audaz periodista, que tiene que partir a enfrentarse al mundo real. Lore, su mamá, la amiga de todos, mi amiga, mi mejor amiga, la mujer más hermosa en todas las connotaciones de esa palabra, la de la mente más hábil, la que funciona a base de café, la del excelente sentido del humor, la que dice todo con una mirada, el amor de mi vida, que no cabía del orgullo y felicidad que su crío le produce, hoy, hoy ha decidido mudarse, ya que no soporta vivir en este pueblo sin su niña.Tal vez nos volvamos a encontrar, pero estoy seguro que cuando eso pase ella ya no será Lore y yo, yo ya no estaré detrás de la barra esperando.Suerte niñas,L.PS: ¿Ahora qué vamos a hacer Bonj?
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V. escribió: > Tenia rato sin hablarles ¿no? Ya ven, ya ven, siempre hay razones, > pero bueno este no es un espacio para soltarme la lengua, hahaha, > ¿o si? Hahaha.. > > Bueno y ¿hoy a qué vengo? Pues a charlar un ratito, a contarles > otra de princesas, de esas historias que me gusta narrarles… > Pero esta es, un poquito diferente, ¿por qué es diferente? Porque > nunca había escrito una sin saber el final… > > ¿Y quién es ella? Ella es de otro mundo, ella no es de por aquí, hay > días que ella misma dice que no existe, ¿y cómo la encontré? Como > podrán imaginarse, la conocí leyendo, ella no era parte del cuento, > no era personaje principal ni secundarios, ni de esas caras > desconocidas que se ven en las concentraciones sociales, no estaba > ni el prólogo, ni en epilogo, ni siquiera en las pastas, ella, era la > escritora. Yo creo que lo interesante del asunto es el pasar de autora > a princesita rosa, los comos y los porques, el volverte leyenda o > sueño, el convertirte en pesadilla convencional, en ilusión, pero lo > verdaderamente extraño, es que ella ya era eso pero no se había > dado cuenta, escribía sin saber que ella era un cuento, igual a veces > se daba cuenta, pero seguía normal, o bueno dentro de lo que cabe… > > Y bueno ¿cuál es la historia que vengo a decirles? > Ninguna, solo quería hacerles saber que sigo escribiendo, que sigo > vivo. Y que a veces cuando escribo, cierro un ojo. Yo solía gustar de la lectura, no sólo eran libros sobre pingüinos, ñus, y otros animales como lo son ahora, no, antes, también disfrutaba de las historias, de los cuentos y novelas... ¿Tienes un par de minutos? Te platico. Un día, un compañero de la universidad me presentó un libro afirmando que era el mejor de todos, yo lo tomé con algo de desconfianza ya que no tenía ni una sola hoja doblada, la pasta estaba en perfectas condiciones y demasiado bonita... parecía una casa de muñecas más que un texto interesante. No puede ser tan bueno, pensé, pero por no desairarlo lo llevé a casa. Ese día no hubo plan, la tv transmitía la porquería habitual, y la conexión a internet estaba muerta. Más de una vez me rehusé a tomarlo, pero como iban ya varias noches que la luna no había salido, dije ¿qué más da? Contaba la historia de un tipo al que una cubana, que nunca le juró amor, le había raptado el corazón. Vaya tema trillado, podrás estar pensando, y sí, te concedo ese punto, pero la manera de escribir tenía algo, no era habitual su ingenio para disponer así de los personajes ni el trazo de la historia, al terminarlo rápidamente busqué en la portadilla para leer sobre el autor. Ahora ya sabía algunas cosas, era mujer, tiene la melena larga y las ideas también. Sin reparar en ser cuidadoso, regresé el libro sin dañarlo, tal cuál me lo había prestado, y me olvidé de ese asunto. A los pocos días, traté de retomar un cuento que jamás vio la luz, pero vamos, que sólo estaba compuesto de palabras largas, que son tristes a la hora de salir, y no más. Tal vez me cansé de esperar el final feliz, así que terminé borrando ese archivo y con la pantalla en blanco, redacté a un personaje, de esos que no han venido a pedir que los quieras. No supe ni cómo, pero este héroe terminó enamorando a la fulana de la Habana... A los pocos días se presentó la escritora, estaba interesada en conocer la manera en que se habían dado las cosas para desembocar en un idilio. Yo justifiqué la mala memoria alegando ser un caballero, pero me valí de un par de trucos para mantener la comunicación... en aquellos tiempos me era fácil retener la atención de las mujeres jóvenes. Poco a poco nos fuimos conociendo, a la par que nuestros cuentos se empeñaron en entrelazarse. Más de uno de mis legionarios partió, sólo con lo que llevaba puesto, hacia alguna costa, donde solían habitar sus princesas. Algunos de ellos encontraron un final feliz y se quedaron por allá, otros regresaron con el corazón hecho pedazos, y unos cuantos, la mayoría en realidad, se perdieron, o se convirtieron en rebeldes vagabundos errantes en textos ajenos. Era fascinante encontrar lugares ajenos en mi propios relatos, descubrir el paradero de alguno de mis cabos en los suyos, incluso llegamos a tener personajes que ninguno de los dos habíamos creado, pero lo realmente excitante era el honor de tener a alguna princesita, en sus diferentes presentaciones, como huésped. En un esfuerzo por mantener la sensatez dentro de nuestras creaciones acordamos, ella y yo, que yo no trataría de retratar a mis soldados con las cualidades que me gustaría poseer, a cambio, ella, no se calcaría en el papel. De ese modo, nuestros lectores no batallaron más en seguir la trama, dejaron de preguntarse por qué llegaban, como un ladrón, personajes ajenos a romper las historias que mantenían su atención. A ellos, eso los hizo felices, o por lo menos eso quiero creer; a ella, eso la llevó lejos, más lejos de lo que una visita casual podría justificar; y a mi, a mi me metió en problemas, mis guerrilleros se fugaron, mis manos hicieron huelga, mi cabeza dejó de consultar sus decisiones conmigo y mi corazón empacó empujando el viento y siguió con sus pasos hacia el mar, dejando en su lugar a la nostalgia que nos trae la soledad. Considero que esto hubiera tenido un desenlace diferente si a ella le hubieran sobrado un par de años, o a mi un poco de fuerza; aunque debo admitir que parte de su encanto era precisamente su manera de ir descubriendo el mundo. Pasó el tiempo y justo ahora con tantos adelantos tecnológicos encaminados a comunicarnos, nos volvimos a encontrar, y dejamos los sobrenombres para otra ocasión. Ella, bajó del trono, yo, yo me quité el uniforme de sargento, y nos quedamos solos acortando la distancia, y pronunció miles te quieros sin hablar. Cuando tocó mi turno, los astros se rieron otra vez y desarmado ya me vi, así que no pude evitar quedarme en silencio, fue tanta la felicidad de un solo golpe que no supe responder... se perdió la conexión. Estoy seguro que ella lo sabe, y no dice nada, de modo que he convencido a mis manos de seguir pulsando historias en este teclado. Para no faltar a mi promesa ahora cuento cuentos de princesas, de todas maneras mis escuderos desertaron, con la esperanza de que ella haga lo propio y narre las aventuras de cualquier clase de barbaján que logre continuar la historia que nunca comenzó. Es tan fácil volver al pasado y aferrarse a una ilusión, lamentarse de un amor frustrado y de lo que no sucedió... No me malinterpretes, no es mi intención advertirte que no la hagas un personaje principal de tus cuentos, de hecho no trato de aconsejarte en lo absoluto, creo que sólo ha sido un desahogo ya que me daba rabia que todo este anhelo se pudriera en el silencio... sin contarlo. M. PS: Disculpa pero creo que al contestarte me encontraba bastante influenciado por el nuevo disco de Edgar Oceransky Solo... ni tan solo. Update: Pues V. por fin publicó el pod donde narra este cuento, lo pueden escuchar aquí: Ella (Princesa y cuento)
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